viernes, 16 de noviembre de 2012

El monje y la prostituta


 "No somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual, somos seres espirituales, teniendo una experiencia humana". Teilhard de Chardin


Había una vez un hombre devoto que dedicaba su tiempo a la oración y meditación, su objetivo eran las cosas del alma y la búsqueda de la verdad. Sucedió que se mudó a vivir justo en frente de su casa una prostituta que todo el tiempo recibía a todo tipo de hombres. El hombre devoto se sentía enojado e indignado y le decía a Dios como podía mandarle algo así, pues esto era motivo para perder su concentración y desviarse de sus plegarias; “una mujer así no merecía ningún tipo de favores”. Pasó el tiempo y el hombre devoto cada vez sentía más desagrado por aquella mujer. Por el contrario la prostituta se sentía muy honrada y afortunada de que frente a su casa viviera un hombre de condición espiritual, de modo que siempre le agradecía a Dios esa oportunidad de estar cerca de personas de dignidad. Ya que ella se veía obligada por las circunstancias a llevar ese tipo de vida.

                       Entonces ocurrió que los dos murieron a la vez, pues se produjo un enorme desastre natural y así los dos se vieron frente a la corte celestial. Allí se les dijo: “cada cual somos lo que cosechamos”. Así el hombre devoto fue condenado por no haber vivido su vida con satisfacción y agradecimiento y además haber tenido sentimientos negativos hacia otros y la prostituta fue salvada, pues ella había vivido su vida con gratitud, aceptación y pensamientos amables hacia los demás”.
 

 
El ego trata constantemente de arrastrarnos hacia sus aspiraciones de autoafirmación egocéntrica. No le interesa  la serenidad que te concede la  conciencia espiritual  ni está dispuesto a despertar tu naturaleza unitiva  que pueda eliminar  el marcado sentido de la  individualidad en el que se escuda para sostenerse. 
 
¿Existe diferencia entre un virtuoso  y un perverso? No. ¿Entre  un ateo y un devoto? No. ¿Entre un bandido y su víctima? No. ¿Entre un rey y su súbdito? No. ¿Entre un triunfo y un fracaso? No. ¿Entre el iluminado y el dormido?  No. La dualidad es producto de la ignorancia y  nunca del conocimiento sabio. No existe  diferenciación alguna entre las personas, ni siquiera de sexo. Somos todos los mismos seres espirituales ante una misma Fuente Original. 
 
 El mismo espíritu que acompaña al virtuoso, acompaña al  perverso. El mismo espíritu que acompaña al ateo acompaña al devoto. El mismo espíritu que acompaña al bandido acompaña a la víctima. El mismo espíritu que acompaña al rey acompaña al súbdito.  El mismo espíritu que acompaña al triunfo acompaña al fracaso. Y el  mismo espíritu que acompaña al iluminado acompaña al dormido.
 
La coincidencia espiritual es plural y común para los humanos. La singularidad está en los contenidos, siempre variados, del alma, pero nunca en las capacidades, siempre constantes, del espíritu que la acompaña. La única distinción posible entre  un individuo y otro se encuentra en el grado de vinculación  que mantienen con la  condición  espiritual que comparten. Uno no debe dejarse anestesiar por lo que desde lo aparente  aflora a la superficie como original.
 
Si quieres descubrir quién eres, deberás desechar toda esta carcasa que te desfigura e impide el reflejo de tu verdadera identidad.
 
Libérate del engaño de la separación y empezarás a ser tu mismo.

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