viernes, 9 de noviembre de 2012

La espada que te golpea. Los brazos que te abrazan

¿Por qué te limitas?  Siente tu propio ser en la espada que te golpea y en los brazos que te abrazan.  (Sri Aurobindo)
Cuando todavía era muy niña para poder comprenderlo, mi padre, enfermo de cáncer y muy debilitado a causa de la enfermedad y las drogas que le administraban para soportarla, pidió que fuera a su habitación, donde, a causa de su estado,  pasaba la mayor parte del tiempo. Recuerdo que aquella tarde había estado en el cine con alguno de mis hermanos. Como no podía hablar a causa de la laringectomía a la que fue sometido, solía utilizar para comunicarse, además de  una variedad de señas  y muchas  libretas, una pequeña pizarra donde poder escribir y borrar con facilidad sus anotaciones, así que, cuando entré en su habitación,  por medio de un  gesto  que indicaba claramente demanda, me ordenó  que me acercara y me arrodillara junto a él.


Durante algunos segundos permaneció observándome sin mostrar ningún sentimiento claro que yo pudiera identificar: ni enfado, ni tristeza, ni preocupación, ni siquiera alegría. Me miraba de una manera extraña y penetrante, como si pretendiera leer en mis ojos. Yo me preguntaba qué habría hecho para despertar su atención de aquel modo, pero no hice ningún tipo de comentario sobre ello y  simplemente me mantuve en silencio  a la espera de que mi padre cogiera su pizarra y, finalmente, me escribiera algo. Y, de pronto, tomándome totalmente por sorpresa, me dio una bofetada.  Asustada y, por supuesto,  sorprendida, le pregunté por que lo hizo. Que yo supiera, la violencia -que sí la disciplina- no formaba parte de su repertorio conductual. Entonces, para mi sorpresa, cogió su pequeña  pizarra y escribió “te quiero”. Con su dedo iba señalando  lo escrito con insistencia para exigirme que le  prestara atención. Las lágrimas corrían por mis mejillas y  desconcertada  leía sus  palabras  intentando sonreír. Seguía tratando  de  percibir  en su mirada o  en sus gestos, algún  indicio  de justificación, algo que pudiera mostrarme  a qué se debía su actuación, pero no advertí  ningún  signo  indicador y  mientras continuaba mirándole expectante, de nuevo sin esperarlo,  me dio una segunda bofetada.

No creo que sea  muy difícil imaginar  mi turbación,  mi incapacidad de  interpretar lo que estaba sucediendo.  No es que las bofetadas fueran dolorosas o fuertes desde la sensación física, pero sí que me dolían emocionalmente  y su combinación  con expresiones de afecto simultáneas superaban  mi capacidad de comprensión.  

Volvió de nuevo  a  coger  su pizarra  y escribió una vez más “te quiero” y lo siguió haciendo así, hasta que alguien, que creo que fue mi madre, me sacó de la habitación con la excusa de que debía ir a cenar. Conociendo mi habilidad para el desafío y la discusión, parecía probable que mi padre se hubiera enojado por algún comentario impertinente por mi parte, que avivara, como en algún otro momento,  su enfado. Sin embargo, esta vez, tales argumentos no me resultaban suficientes para comprender el comportamiento que mi padre tuvo conmigo aquella tarde.

En aquel  proceder  había algo más que una mera conducta de  amonestación y  censura,  algo más profundo y significativo.  Su forma de mirarme quizás. Su aparente serenidad. Su insistencia en que le  prestara atención a sus expresiones de amor cada vez que escribía  “te quiero”. Detalles que, en aquel entonces no supe ni pude descifrar y, sinceramente,  tampoco es que le pusiera mayor esfuerzo. Mis habilidades de comprensión, como no será difícil suponer, eran las propias de una niña y toda aquella situación se escapaba a mis reducidas capacidades de entendimiento. 

Poco después mi padre fallecía y yo dejé  de prestarle atención al suceso archivándolo en mi memoria como algo de carácter meramente anecdótico. Sólo el  tiempo ha hecho que lo sucedido emerja  de entre los recuerdos y ocupe de nuevo un lugar relevante en mis pensamientos al encuentro de un mayor significado. Hoy soy consciente y comprendo la dualidad de la existencia mundana. La realidad del  mundo de los opuestos. La invariable armonía de los contrarios. Frio-Calor. Luz-Oscuridad. Dolor-Placer. Salud-Enfermedad. Sonrisas-lágrimas. Odio-amor. Noche-.día. Sin embargo, nada tiene que  perturbar nuestro estado de bienestar interior. Debemos aprender a  mantenernos desapegados y  desprendidos de la influencia de los opuestos.

He podido experimentarlo..... "La espada que te golpea.... los brazos que te abrazan"...

1 comentario:

  1. EMMA, HOY TU PADRE ACARICIA TUS MEJILLAS Y DERRAMA SOBRE ELLAS TODO EL AMOR QUE TORPEMENTE QUISO EXPRESARTE EN AQUELLOS MOMENTOS PARA ÉL, MUY DIFÍCILES, Y LO HACE PARA QUE TU HERIDA EMOCIONAL SE LIBERE Y ENTRE VOSOTROS BRILLE LA LUZ DE UN ENCUENTRO CONSTANTE Y CONSCIENTE.
    FUE UN HONOR CONOCERTE RECIENTEMENTE.
    UN ABRAZO FUERTE

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