Esta mañana, leía en la prensa una noticia sobre la trata de seres humanos en nuestro
país y donde se afirmaba que casi el 90% está destinada a
la explotación sexual.
No deja de asombrarme
la facilidad con la que nos prestamos a ser dominados por las necesidades de
naturaleza inferior en lugar de cultivar aquellas que nos elevan por encima de
los placeres sensoriales.
La clave no está en renunciar a ellos, abandonarlos o
reprimirlos desde el esfuerzo y el forcejeo continuo con los sentidos , sino
más bien de educar nuestros instintos para no limitarlos al capricho
inconsciente de nuestros genitales o de que estos respondan a las inclinaciones
perversas de una mente adulterada y
confundida. De una mente engañada y subyugada al impulso de la mecánica y la mera
estimulación sensorial despojada de voluntad.
La sexualidad pobre de conciencia emerge de la mente
condicionada a la biología, condicionada a los procesos de pensamiento,
limitada al alivio de una emoción impregnada de recuerdos, necesidades y conflictos.
La sexualidad consciente nace del amor, pero no del amor
intelectual, concebido por el pensamiento y desarrollado a partir de nuestra memoria
historica, sino del amor incondicional y libre de automatismos que transforma
la sexualidad en expresión de arte y testimonio de belleza. Una sexualidad que
ha trascendido lo exclusivamente corporal y ha logrado convertir el hecho sexual en un
acto de comunión íntima y profunda entre dos almas, desapegadas del cuerpo.
Como dice J.C Tudela Moyano
Cuando el impulso
sexual está mal dirigido es capaz de arruinar cualquier faceta de nuestra vida
(o la vida entera). Cuando sabemos orientarlo, se convierte en un aliado que
nos dota de una gran fuerza creativa y nos proporciona una fuerte y magnética
personalidad.